QUERIDOS HIIJOS Y NIETOS:
Hoy lloréis mi pérdida, igual que lo hicisteis con el abuelo. No quiero que lo hagáis, ni que me traigáis flores, olvidaros de nosotros, a los que no visitasteis en los últimos años, ni llamasteis en nuestro cumpleaños, a pesar de que tenéis el móvil pegado.
Hoy os reunís para darme el último adiós, y, sin embargo, no conocéis como fueron mis últimos años. Sé que la vejez a nadie le gusta, y también llegareis. No deseo que la soledad que vivimos el papá y yo, lo viváis vosotros. Dicen que las generaciones olvidan lo que ofrecieron a sus antecesores. Ojalá vuestros hijos no os dejen abandonados, ni os digan de malas maneras que esa historia ya la conocen mil veces. ¿Cuántas han quedado en el tintero? Ni os imagináis lo que hemos vivido, guerras, posguerras, y mucha, mucha hambre, pero sabéis; lo que teníamos lo compartíamos con nuestros mayores. La educación nunca faltaba, el buenos días o buenas tardes, o preocuparte de tu vecino que llevabas dos días sin verle.
Hoy estoy aquí dentro de este ataúd, con los ojos cerrados y a pesar de todo os veo y os siento, porque os he querido a pesar de que dejasteis de preocuparos por mis necesidades, unas básicas, no pedíamos mucho. Una llamada, una visita inesperada, y un abrazo, sé que muchas veces los besos a una vieja os dan repelús, y os entiendo, pero os criamos con todo nuestro cariño, os dimos lo mejor que pudimos, y nos quitamos de la boca muchas cosas para que pudierais estudiar. Os enseñamos a ser buenas personas, nos olvidamos de deciros que nosotros también queremos ser amados, que las muestras de cariño no son banalidades. Cuántas anécdotas se han quedado en el aire, muchas nunca se sabrán y me las llevo a la tumba, porque para vosotros eran aburridas, y mañana os lamentareis de no haberlas escuchado.
Hoy os quedaréis con el dinero que ahorramos con mucho esfuerzo, y venderéis la casa donde os criamos, el hogar en el que os dimos abrazos y lo poco que teníamos.
Sí, llorar por una pérdida, la de vuestra madre, la que os ha aburrido con recuerdos de la infancia y la amnesia del ayer. La que caminaba con lentitud, apoyada en su bastón, y ni siquiera me ofrecíais un brazo en el que apoyarme, para con el tiempo pagar una residencia y dejarme allí con promesas de visitas. Mis únicos amigos estos últimos años han sido los residentes, quienes nos contábamos infancias y adolescencias, cuidado de niños y bodas pasadas. Esos compañeros son los que en la soledad de las habitaciones llorábamos vuestra ausencia.
Hoy que vosotros lloráis por mi pérdida, lograsteis perderme mucho tiempo atrás, el día que, tanto a papá como a mí, nos encerrasteis por nuestro bien, como así dijisteis. Nosotros cuidamos de nuestros padres, y escuchamos sus historias hasta el último día.
Hoy podéis llorar por una pérdida y a pesar de las lágrimas que derramáis estoy contenta, veré a los que realmente me amaron en el más allá.
© Yolanda Trancho – Escritora
Hoy lloréis mi pérdida, igual que lo hicisteis con el abuelo. No quiero que lo hagáis, ni que me traigáis flores, olvidaros de nosotros, a los que no visitasteis en los últimos años, ni llamasteis en nuestro cumpleaños, a pesar de que tenéis el móvil pegado.
Hoy os reunís para darme el último adiós, y, sin embargo, no conocéis como fueron mis últimos años. Sé que la vejez a nadie le gusta, y también llegareis. No deseo que la soledad que vivimos el papá y yo, lo viváis vosotros. Dicen que las generaciones olvidan lo que ofrecieron a sus antecesores. Ojalá vuestros hijos no os dejen abandonados, ni os digan de malas maneras que esa historia ya la conocen mil veces. ¿Cuántas han quedado en el tintero? Ni os imagináis lo que hemos vivido, guerras, posguerras, y mucha, mucha hambre, pero sabéis; lo que teníamos lo compartíamos con nuestros mayores. La educación nunca faltaba, el buenos días o buenas tardes, o preocuparte de tu vecino que llevabas dos días sin verle.
Hoy estoy aquí dentro de este ataúd, con los ojos cerrados y a pesar de todo os veo y os siento, porque os he querido a pesar de que dejasteis de preocuparos por mis necesidades, unas básicas, no pedíamos mucho. Una llamada, una visita inesperada, y un abrazo, sé que muchas veces los besos a una vieja os dan repelús, y os entiendo, pero os criamos con todo nuestro cariño, os dimos lo mejor que pudimos, y nos quitamos de la boca muchas cosas para que pudierais estudiar. Os enseñamos a ser buenas personas, nos olvidamos de deciros que nosotros también queremos ser amados, que las muestras de cariño no son banalidades. Cuántas anécdotas se han quedado en el aire, muchas nunca se sabrán y me las llevo a la tumba, porque para vosotros eran aburridas, y mañana os lamentareis de no haberlas escuchado.
Hoy os quedaréis con el dinero que ahorramos con mucho esfuerzo, y venderéis la casa donde os criamos, el hogar en el que os dimos abrazos y lo poco que teníamos.
Sí, llorar por una pérdida, la de vuestra madre, la que os ha aburrido con recuerdos de la infancia y la amnesia del ayer. La que caminaba con lentitud, apoyada en su bastón, y ni siquiera me ofrecíais un brazo en el que apoyarme, para con el tiempo pagar una residencia y dejarme allí con promesas de visitas. Mis únicos amigos estos últimos años han sido los residentes, quienes nos contábamos infancias y adolescencias, cuidado de niños y bodas pasadas. Esos compañeros son los que en la soledad de las habitaciones llorábamos vuestra ausencia.
Hoy que vosotros lloráis por mi pérdida, lograsteis perderme mucho tiempo atrás, el día que, tanto a papá como a mí, nos encerrasteis por nuestro bien, como así dijisteis. Nosotros cuidamos de nuestros padres, y escuchamos sus historias hasta el último día.
Hoy podéis llorar por una pérdida y a pesar de las lágrimas que derramáis estoy contenta, veré a los que realmente me amaron en el más allá.
© Yolanda Trancho – Escritora