Muchos años atrás, demasiados, he perdido la cuenta y los recuerdos se vuelven borrosos detrás de unos ojos cansados de ver tanto sufrimiento. La pérdida de amigos a los que llevé en mis hombros cuando el féretro lo portábamos al interior de la iglesia. La bandera rojigualda era lo único que cubría el último lecho donde descansaría nuestro compañero, uno más.
Allá, por aquellos lejanos, disfruté de una gran familia, no solo la que elegí con mi esposa y unos hijos maravillosos. También, a todos los hombres con los que compartí los peores minutos de la vida y me di cuenta de la verdadera amistad y compañerismo. Nadie se queda solo.
Si volviera a nacer, me acerco casi al siglo y mis piernas ya son tan fuertes, me canso demasiado, y la tristeza se ha apoderado al recordar cuando cabalgaba en mi caballo al patrullar la ciudad.
Ahora, de la ya lejana Policía Armada, miro las fotografías de un pasado que añoro y que no volverá. Los recuerdos se agolpan y confundo nombres, las caras se vuelven borrosas por las lágrimas que brotan de mi soledad. Me jubilaron cuantos años atrás y llevo puesto mi uniforme que vestí con orgullo.
Soy y seré un Guerrero, hasta que Dios que me quiera llevar.
© Yolanda Trancho- Escritora